Máscaras

Usamos máscaras, coloridas y brillantes. Las pulimos antes de vernos, es parte del ritual de porcelana.
Mi lengua de terciopelo baila. Se deleita en su personaje. Te acaricia en el aire sin tocarte.
Cada encuentro sorpresivo fue premeditado de algún modo. No sé cómo explicarlo pero algo late. Nada es casualidad, ni un gesto, ni una palabra, ni una mirada esquiva que de pronto te encuentra, un segundo.
Recuerdo, estando en el presente. En mi cabeza tomo notas del modo en que voy a recordar este momento. ¿Cómo se lo contaría a otra persona o a mí misma en un futuro cercano? Un pasado inmediato, igual que sacar una foto pensando en cuántos likes tendrá en Instagram.
Mi máscara es de yeso, hecha a medida. Una capa fina y pareja fue colocada sobre el plástico que protegió mi piel durante el proceso. Apenas tres agujeros me permitieron ver y respirar hasta que el material endureció. Así me aseguré de que ninguna otra persona pudiera usarla. Ni siquiera yo misma dentro de un tiempo, cuando se caiga a cachos, cuando la tenga que guardar, porque solo queda carne y hueso y reuniones familiares.
La adorné con cascabeles que disimularan las palabras que te digo al oído. Strass que encandile a los ojos indiscretos. Plumas y ribetes que nos camuflen los lunares. Así, tu identidad y la mía se disuelven en una acuarela preciosa, tranquila. La tuya es azul, la mía roja. Un tono pecaminoso porque amo el escándalo. Me da vergüenza decirlo en voz alta, pero lo pienso en voz alta. Hoy el escándalo sos vos, y antes la hermana de ya sabemos quien.
Pero, ¿dónde queda ese lugar? ¿ese inexplicable e increíble espacio donde comulgamos en paz, donde fuimos mariposas en una noche de verano? ¿Otra dimensión nos alojaba? si: la casa de fin de semana de los Alzueta.
Costumbre particular para las Pascuas. Hace veinte años que lo festejamos así, con las familias amigas de mis abuelos y de mis viejos. No hay ayuno ni veda para el consumo de carne. Es una fiesta a todo trapo y la cita es el viernes “santo”. Los católicos no están invitados, está claro, aunque de a poco abandonan los límites y se van sumando.
Comenzó como una fiesta tradicional, hasta que mi madre, muy astuta, estrenó un exquisito antifaz hecho con sus propias manos. Dejó a medio mundo con la boca abierta, dando el paso inicial para que se sumen nuevas máscaras diseñadas con esmero y pasión. Con los años se fueron borrando los nombres o convirtiéndose en otros diferentes. Las parejas llegaban separadas y no conocían sus disfraces. Las reglas o más bien las no reglas, fueron quedando claras con el paso del tiempo.
Anoche llegaste después que yo. Mi hermano pululaba más atrás, es muy poco hábil para el disimulo. Vos te adelantaste para saludarme. Algo me recorrió el abdomen. Contuve la emoción.
Me diste un beso muy cerca de la boca. Te deslizaste hasta mi oído donde demoraste un minuto para invitarme a la puerta del jardín. Oculta entre mi pelo suelto, mordiste el lóbulo de mi oreja. Despacio, muy finito. Un dolor conocido, que me hace cerrar los ojos. Te alejaste sonriente, con tu hipnotizante meneo de caderas.
Dejé pasar un tiempo prudencial y cuando empezaron a servir la entrada, me fui al punto de encuentro. La gente se desespera tanto por la comida que no ve nada más a su alrededor.
Ya estabas apoyada en la pared esperándome, copa de champagne en mano. Humeante. Me convidaste una tuca chica, no queríamos quedar estúpidas tan rápido. El fuego me quemaba, le di dos pitadas y la terminé. La aplasté con la punta de mi zapato animal print.
Tenemos acuerdos y los respetamos siempre, por ejemplo, no hablar de mi hermano ni de mis vínculos. Solo temas divertidos y casuales, para dramas y complejidades ya está la vida.
Me comentaste sobre un viaje que estabas planificando. El sudeste asiático. Cómo me gustaría acompañarte. Caminar hasta el cansancio, recorrer templos, ciudades, rostizarnos al sol, comer todo lo que se nos cruce. Ojo, capaz invento una excusa y me aparezco ahí.
Volvamos a comer algo, me voy a poner en pedo.
Es verdad, nos espera una larga noche.
Cada una tomo su camino. Yo el rojo, vos el azul.
A contar chistes que no son graciosos pero despiertan tus carcajadas, a elegir asientos demasiado cerca o a escuchar comentarios que retoman mis palabras. Coincidencias que no existen y se me derriten en la boca. Me saboreo al pensarte. Con tu vestido bordó apretado, con los aros dorados, el pelo rapado o con simplemente nada. Hasta que tus obviedades nos delaten. Como el beso que me tiraste a la distancia, del otro lado de la mesa. Llena de candelabros, vidrio y plata.
Me hiciste arder la cara. Pero estoy protegida. Esta máscara que todavía uso, que sostengo en mi mano, es la prueba no viviente. La memoria petrificada de que el deseo quema y devora y se vuela con el viento.